Un blog destinado a todos los que tengan ganas de leer y compartir cuentos, leyendas, fábulas...
lunes, 30 de abril de 2012
La cacería.
Cuando el papá de Julián comentó que
iría con cuatro amigos a una jornada de caza mayor, no pensó que su hijo
querría ser de la partida.
Inmediatamente la mamá se opuso;
dijo que era peligroso, que era muy niño aún para estar en lugares riesgosos,
con hombres armados y perros de caza desconocidos para él.
Pero de nada sirvieron los consejos,
Julián se encaprichó y el papá tuvo que hablar con sus compañeros de viaje,
quienes aceptaron pero de muy mala gana.
Aquella mañana Julián vio cómo se
preparaban para la cacería, vio cómo los cazadores cuidaban y querían a sus
perros y también llamó mucho su atención el calibre de las armas y lo modernas
que eran.
Viajaron varias horas en auto y
luego siguieron a pie hasta llegar a un lugar apartado y solitario. Los perros
aullaban presintiendo la cercanía de las presas. De pronto vieron una manada de
ciervos, los machos, las hembras y sus crías, que se acercaban a beber hasta el
agua del arroyo.
Silenciosamente, los cazadores prepararon sus
armas; comenzaba la cacería.
Julián no podía creer que fueran a
matar a esos hermosos animalitos que le recordaban a los bambis que tanto le
gustaban.
Desesperado se puso de rodillas,
miró al cielo y pidió por favor que los bellos ciervos se convirtieran en
perros, ya que él había visto cómo los cazadores los querían y protegían.
Una densa niebla cubrió a los
ciervos y cuando se disipó, la manada había desaparecido, quedando, en su lugar
una jauría de enormes perros que ladraba inquieta.
Los cazadores, muy enojados, le
reclamaban al padre de Julián que no sabía qué responder; protestaban por los
gastos realizados, por el largo viaje desperdiciado y porque iban a tener que
regresar con las manos vacías.
Estaban tan enojados que no vieron
al enorme grupo de feroces lobos salvajes que se acercaba.
-Estamos perdidos -dijo uno de
ellos.
-Nos matarán, son demasiados -dijo
otro
-No nos alcanzarán las balas -dijo
un tercero.
Estaban acorralados, era tanto el
miedo que sentían que se acostaron en el suelo, boca abajo, esperando lo peor.
Pero el milagro de Julián aún no
había terminado. La manada de ciervos transformados en perros se acercó al niño
para protegerlo.
Los perros eran muchos, enormes y
bravíos, lo que hizo que los lobos se
asustaran y huyeran.
Todos quedaron a salvo por la bondad
de un niño.
Desde ese día nunca mas fueron a
matar animales. Los cuatro amigos siguen saliendo, pero con toda la familia.
Han aprendido a disfrutar de la naturaleza y de las cosas hermosas que tiene la
vida
Pancho
Aquino
El día de las tortugas.
El tigre se miró en el río y se vio
un bigote blanco, y pensó:
_ ¿Será que me estoy poniendo viejo?
Y se quedó haciendo dibujos en el
suelo con la pata. Después de un rato rugió:
-¡Esto no puede quedar así!
Y se fue a charlar con otros
animales.
-Creo que podríamos vivir muchos
años más -dijo-, y el secreto está en saber cuál es el secreto.
-¡Yo sé, yo sé! -dijo el conejo-.
Para vivir muchos años no hay que correr
conejos. Ése es el
secreto: no correr conejos.
-¡Eso, eso! -dijo la vizcacha que
siempre se dejaba convencer-, no correr conejos.
-¡Mamboretá pirú! -gritó la pulga,
pero justo en ese momento el león le puso la pata encima y no pudo seguir
hablando.
-No y no -dijo el gorrión-. Yo oí
decir que tos elefantes viven muchos años. Hay que hacer como los elefantes.
-¡Eso, eso! -gritó la vizcacha-. Hay
que hacer como los elefantes.
-¡Claro que sí! -dijo el conejo-,
viven muchos años porque no andan corriendo conejos.
-¡Surubí guazú! -alcanzó a gritar la
pulga que había conseguido asomarse bajo la pata del león, pero el león se
movió para un costado y otra vez te puso la pata encima.
-¿Y cómo es un elefante? -preguntó
el coatí.
Pero nadie sabía cómo era un
elefante. Nadie lo había visto nunca, salvo la pulga que habla viajado con un
circo y sí sabía, pero cada vez que lograba asomarse bajo la pata del león, el
león se movía y otra vez quedaba abajo.
-No y no -dijo la iguana-. Los
elefantes no existen, y yo tengo la solución. La tortuga, vive más que todos.
Hay que hacer como la tortuga.
-Claro que sí -dijo el conejo-.Hay
que hacer como la tortuga, que vive
muchos años porque nunca conejos.
Y ahí nomás cada uno se fue a,
buscar algo que sirviera de caparazón. ,
El tigre encontró una gran corteza
de árbol.
La víbora un trozo de caña.
La mariposa un trompito de
eucalipto.
La liebre y la vizcacha se
repartieron un coco mitad y mitad.
El león encontró un tronco hueco.
El sapo una cáscara de huevo.
Todos encontraron algo que les servía. Todos, menos la pulga.
Y así siguieron tas cosas. Y no
andaba mal, nadie se moría. Pero el mono no podía dar saltos en el aire, el
coatí no podía trepar a los árboles, la paloma no podía volar, el tordo no
podía silbar. Porque ésas son cosas que no hacen las tortugas.
Los animales paseaban por el monte, y todo era
una., cáscara que se movía lentamente. Y e1 monte te parecía dormido, sin
rugidos, sin carreras, sin saltos, sin silbidos.
Sólo un lento caminar de tortugas
que se cruzaban en silencio, dispuestas a vivir muchos años.
Sólo la pulga, tic tic tic, se
paseaba de un lado para el otro aprovechando que el
león no la podía
pisar.
-¡Curuzú cuatiá -decía-.Mientras no
encuentre un caparazón que me guste muchísimo, no me pongo nada. Y me parece
que no voy a encontrar ninguno.
Y tic tic tic, seguía saltando de
aquí para allá, sobre el gran empedrado de
caparazones.
El mono y el coatí se juntaban y
caminaban despacito, como caminan las
tortugas. Y casi ni
miraban las ramas de los árboles, porque las tortugas no miran las ramas de los
árboles. Y no daban saltos mortales ni corrían carreras ni todo ese montón de
cosas que era tan lindo hacer pero que no hacen las tortugas. Al final andaban
un poco tristes. Una mañana el sol salió lleno de color, el cielo amaneció más
azul que nunca y las flores mostraban para todos lados su alegría.
El monito y el coatí se vieron desde
lejos y comenzaron a acercarse para pasear juntos, pero caminaban tan despacito
que no llegaban nunca. Ya llevaban como dos horas caminando sin poder
encontrarse cuando, tic tic tic, vieron a la pulga que saltaba sobre ese mundo
de tortugas, divertida a más no poder.
No lo pensaron siquiera. Dieron un
manotón a sus caparazones y la cara se les llenó de sol, y los suspiros que
dieron hicieron un viento fresco que alborotó a las flores.
El monito dio siete saltos mortales,
el coatí trepó a tres árboles seguidos, y un segundo después corrían untos y
saltaban de rama en rama.
-No, no y no -dijo la vizcacha -.Yo
quiero vivir muchísimos años muy tranquila.
Pera ya todos los animales habían
visto a la pulga y el viento de suspiros se les había metido entre pelos y
plumas, y hasta debajo del caparazón, y volaron cortezas y troncos huecos y
cáscaras de huevos de un lado para el otro.
-No, no y no -dijo la vizcacha
mirando para todos lados.
Pero ya no quedaba nadie con
caparazón, y ella también empezó a sacárselo.
Y oyeron silbidos y cantos y gritos,
y hubo saltos y vuelos, y el monte se llenó de ruidos y movimiento.
De repente fue como si se te
hubieran encendido todas las luces.
El monte volvía a ser el monte.
Gustavo
Roldán
La caída de Porquesí, el
malvado emperador.
Hijo de Glotón segundo y nieto de un
gran rey, Porquesí fue el gobernante más temible que hubo en las tierras del
País. Apenas asumió el mando, al morir su padre, redactó la primera ordenanza
que, en un largo bando, fue leída al pueblo en plaza pública.
"Todo árbol de frutas que
crezca en tierras del País -decía la orden- deberá ser entregado de raíz a este
gobierno. Firmado: Porquesí."
Sin protestar -porque nunca lo
habían hecho-, los paisanos entregaron sus árboles a las autoridades, dejando
sus propios jardines completamente vacíos.
Así fue como, al llegar el tiempo de
la recolección, el palacio se llenó de incalculables canastos de fruta con las
que el emperador hizo preparar dulces y más dulces. Tantos, que ni al cabo de
largos años logró terminar de comer. Y fue durante esos años que, descuidados y
hartos de dar frutos que nadie podía recolectar, los árboles se enfermaron y
murieron, uno a uno, en las tierras del emperador.
Porquesí, entonces, redactó la
segunda ordenanza que, en un largo bando, fue leída en plaza pública.
"Tras la inesperada muerte de
los árboles -decía la orden- y ante la falta de frutos, deberán entregar a este
gobierno las risas de todos los chicos que habiten el País."
Desde entonces, en enormes bolsas
que eran llevadas al palacio, los chicos depositaban sus sonrisas por
obligación.
Con ellas, el malvado emperador
hacía preparar el dulce más rico del mundo:
mermelada de risas.
Jalea de carcajadas infantiles, que se
convirtieron en el manjar más precioso de Su Majestad. Era el dulce más dulce
que se había conocido. Fue metido en frascos y vendido a otros monarcas a
precios sin igual.
Sin embargo, tanto esplendor no duró
mucho: como era de suponer, pasado un tiempo, los chicos del País empezaron a
entristecerse, y perdieron poco a poco las ganas de reír.
Hasta que definitivamente dejaron de
hacerlo, y la fabricación del sabroso producto llegó a su fin.
Entonces vino la tercera ordenanza
que, en un largo bando, fue leída al pueblo en plaza pública.
“Todo chico que no quiera reírse
-decía la orden- será severamente castigado por este gobierno."
Y los fieles seguidores de Porquesí
se lanzaron a la persecución. Los chicos
trataban de reírse,
pero no podían. Aterrorizados por el castigo, imitaban un sonido parecido al de
las carcajadas, que los glotones de Porquesí, sin distinguir, cargaban en sus
bolsas al palacio.
prepararon para el
emperador resultaron más amargos que la hiel. Más salados que
una lágrima.
- ¡Pueblo de traidores! -gritó
entonces Porquesi. Y armó un poderoso ejército
para saquear nuevos
países.
Viendo cómo su gobernante pretendía
entristecer a los chicos de todo el mundo, los paisanos se enfurecieron y, por
primera vez, decidieron enfrentarlo.
La sola idea de vencer a Porquesí
los puso contentísimos. Y sin darse cuenta organizaron un festejo que de pronto
coloreó las calles del País.
Como se imaginarán, tanta felicidad
despedía un olor exquisito. Atraído por él, Porquesi quiso probar de qué se
trataba. Creyó que se daría el mejor de los banquetes. Pero apenas lo intentó,
un fuerte dolor de estómago lo hizo caer redondo al suelo. Cayó y cayó y cayó.
Con tanta fuerza que jamás pudo volver a levantarse.
Y así termina este cuento. Un
capítulo que en la Historia Universal se conoce como la gloriosa caída de
Porquesí, el malvado emperador de un País.
SILVIA SCHUJER
De
Cuentos y chinventos, Colección "Libros del Malabarista",Editorial
Colihue
Las manchas del sapo
Una vez, el cuervo y el sapo fueron invitados a asistir
a ciertas fiestas que iban a celebrarse en el cielo.
Aunque no comprendía cómo se las arreglaría el sapo para
subir al cielo, el cuervo, que era buen amigo, fue a verlo a fin de preguntarle
si quería acompañarlo.
-Gracias, pero yo pienso ir más tarde -le dijo el sapo-;
usted sabe que yo soy un poquito lerdo...
Pero, en cuanto el cuervo se descuidó, saltó dentro de
la guitarra que este llevaba para tocar en las fiestas.
Cuando el cuervo llegó al cielo, todos le preguntaron
por su amigo, y él les contestó que vendría luego. Mientras decía esto, dejó la
guitarra de pie, apoyada en un rincón, y se apresuró a ocupar su sitio, porque
la mesa ya estaba servida.
Entonces, el sapo, sin que nadie lo viera, saltó fuera
de la caja de la guitarra y, como si acabara de llegar por sus medios, saludó a
gritos a sus asistentes:
-¡Hola, hola, cómo les va, señores!
Todos se sorprendieron mucho de su aparición y alguno se
atrevió a preguntarle:
-¿Cómo ha venido?
El cuervo frunció el y se quedó pensativo. En cambio,
el recién llegado se divertía a más y mejor. ¡Hasta
bailó!
Concluidas las fiestas, los invitados empezaron a
retirarse unos tras otros. Por fin sólo quedaron el cuervo y el sapo.
El cuervo se hacía el distraído, pero con el rabillo del
ojo vigilaba a su amigo. De pronto, el sapo,, convencido de que, también el
regreso lo haría de contrabando en la guitarra, se metió de rondón en ella, en
un momento que consideró propicio ¡Pero, ay!, se equivocaba: el cuervo había
observado la maniobra y, apenas se lanzó al aire, puso la guitarra con la boca
para abajo, de modo que el
pobre sapo salió dando volteretas y gritándole a las
piedras:
_¡Eh, háganse a un lado, por favor!
Mientras tanto, el cuervo le respondía, riéndose
perversamente:
-¿Por qué no baja como subió? ¡A saltos!
El sapo, como las piedras no se hicieron a un lado, se
dio tan tremendo golpe contra ellas que todavía se le ven los moretones que se
le hicieron en la piel…
Versión de Germán
Berdiales.
En
Leyendas nuestras. Buenos Aires, Instítuto Amigos del Libro Argentino
Caá
Cuentan los guaraníes que, hace
muchísimos años, cuando los dioses se paseaban por la tierra, Yací, la Luna,
solía bajar para recorrer los campos y selvas de lo que es hoy nuestro litoral
Lo hacía transformada en una bellísima mujer, con ojos de extraño brillo y
larga cabellera plateada. Vestía una hermosa túnica de tules de suaves colores
azulados y una corona de estrellas coronaba su frente. Solía acompañarla Araí,
otra bella joven que era en realidad una nube y conservaba de esta sus blandas
formas. Su túnica recordaba los tonos rosados de los atardeceres mansos.
Un día, ambas jóvenes reían mientras
acariciaban las flores en la profundidad de la selva, cuando se oyó un feroz
rugido. Un inmenso yaguareté-' estaba ante ellas, dispuesto a saltar. Paralizadas
por el terror, Yací y Araí no atinaban ~, a huir. El animal avanzó lentamente,
se preparó y... un nuevo rugido, pero esta vez de dolor, vibró en el aire. Una
flecha había herido a la bestia, que ahora se daba vuelta, buscando a su
agresor. La Luna y la Nube aprovecharon para escapar. Perdieron su forma humana
y retornaron al cielo. Mientras tanto, el yaguareté enfrentaba a su atacante,
un viejo cazador que defendió a las dos mujeres con su arco y sus flechas. Pero
ahora era él quien corría peligro. El animal avanzaba furioso, dispuesto a
darle un zarpazo mortal. El bravo guaraní dejó que se acercara. Cuando estaba
ya casi al alcance de las feroces garras, con un flechazo certero atravesó el
corazón de la fiera. Buscó entonces el viejo a las dos jóvenes, a las que
imaginaba perdidas. Pero no las encontró. Al anochecer, subió a un árbol para
protegerse de posibles peligros y se durmió pensando qué sería de ellas.
Y sucedió que en el sueño se le apareció la
hermosa mujer e cabellos de plata, aun más bella que antes, y le dijo:
-Soy Yací, la reina
de la noche, la diosa de los hombres buenos. Pusiste n peligro tu vida para
salvarnos y tendrás tu recompensa. Una nueva planta crecerá aquí, para ti y tu
familia, y será alimento y signo de amistad.
Despertó el valiente cazador y vio,
iluminada por la luna, una planta nueva: la yerba mate.
Y desde entonces,
la yerba mate, llamada Caá por los guaraníes, nos brinda sus hojas y es símbolo
de amistad entre los hombres.
Versión libre
de una leyenda guaraní.
1. Litoral significa "perteneciente a la
costa". En este caso se refiere a la región de la Mesopotamia argentina.
2. El yaguareté es el jaguar o tigre
americano. Es el más grande de los felinos de nuestro continente.
3. Atinaban significa
"acertaban",”se decidía.
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