lunes, 30 de abril de 2012



Las manchas del sapo

Una vez, el cuervo y el sapo fueron invitados a asistir a ciertas fiestas que iban a celebrarse en el cielo.
Aunque no comprendía cómo se las arreglaría el sapo para subir al cielo, el cuervo, que era buen amigo, fue a verlo a fin de preguntarle si quería acompañarlo.
-Gracias, pero yo pienso ir más tarde -le dijo el sapo-; usted sabe que yo soy un poquito lerdo...
Pero, en cuanto el cuervo se descuidó, saltó dentro de la guitarra que este llevaba para tocar en las fiestas.
Cuando el cuervo llegó al cielo, todos le preguntaron por su amigo, y él les contestó que vendría luego. Mientras decía esto, dejó la guitarra de pie, apoyada en un rincón, y se apresuró a ocupar su sitio, porque la mesa ya estaba servida.
Entonces, el sapo, sin que nadie lo viera, saltó fuera de la caja de la guitarra y, como si acabara de llegar por sus medios, saludó a gritos a sus asistentes:
-¡Hola, hola, cómo les va, señores!
Todos se sorprendieron mucho de su aparición y alguno se atrevió a preguntarle:
-¿Cómo ha venido?
-¿Cómo he de venir? ¡Saltando, pues!
El cuervo frunció el y se quedó pensativo. En cambio,
el recién llegado se divertía a más y mejor. ¡Hasta bailó!
Concluidas las fiestas, los invitados empezaron a retirarse unos tras otros. Por fin sólo quedaron el cuervo y el sapo.
El cuervo se hacía el distraído, pero con el rabillo del ojo vigilaba a su amigo. De pronto, el sapo,, convencido de que, también el regreso lo haría de contrabando en la guitarra, se metió de rondón en ella, en un momento que consideró propicio ¡Pero, ay!, se equivocaba: el cuervo había observado la maniobra y, apenas se lanzó al aire, puso la guitarra con la boca para abajo, de modo que el
pobre sapo salió dando volteretas y gritándole a las piedras:
_¡Eh, háganse a un lado, por favor!          
Mientras tanto, el cuervo le respondía, riéndose perversamente:
-¿Por qué no baja como subió? ¡A saltos! 
El sapo, como las piedras no se hicieron a un lado, se dio tan tremendo golpe contra ellas que todavía se le ven los moretones que se le hicieron en la piel…
                                            Versión de Germán Berdiales.

En Leyendas nuestras. Buenos Aires, Instítuto Amigos del Libro Argentino

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