La cacería.
Cuando el papá de Julián comentó que
iría con cuatro amigos a una jornada de caza mayor, no pensó que su hijo
querría ser de la partida.
Inmediatamente la mamá se opuso;
dijo que era peligroso, que era muy niño aún para estar en lugares riesgosos,
con hombres armados y perros de caza desconocidos para él.
Pero de nada sirvieron los consejos,
Julián se encaprichó y el papá tuvo que hablar con sus compañeros de viaje,
quienes aceptaron pero de muy mala gana.
Aquella mañana Julián vio cómo se
preparaban para la cacería, vio cómo los cazadores cuidaban y querían a sus
perros y también llamó mucho su atención el calibre de las armas y lo modernas
que eran.
Viajaron varias horas en auto y
luego siguieron a pie hasta llegar a un lugar apartado y solitario. Los perros
aullaban presintiendo la cercanía de las presas. De pronto vieron una manada de
ciervos, los machos, las hembras y sus crías, que se acercaban a beber hasta el
agua del arroyo.
Silenciosamente, los cazadores prepararon sus
armas; comenzaba la cacería.
Julián no podía creer que fueran a
matar a esos hermosos animalitos que le recordaban a los bambis que tanto le
gustaban.
Desesperado se puso de rodillas,
miró al cielo y pidió por favor que los bellos ciervos se convirtieran en
perros, ya que él había visto cómo los cazadores los querían y protegían.
Una densa niebla cubrió a los
ciervos y cuando se disipó, la manada había desaparecido, quedando, en su lugar
una jauría de enormes perros que ladraba inquieta.
Los cazadores, muy enojados, le
reclamaban al padre de Julián que no sabía qué responder; protestaban por los
gastos realizados, por el largo viaje desperdiciado y porque iban a tener que
regresar con las manos vacías.
Estaban tan enojados que no vieron
al enorme grupo de feroces lobos salvajes que se acercaba.
-Estamos perdidos -dijo uno de
ellos.
-Nos matarán, son demasiados -dijo
otro
-No nos alcanzarán las balas -dijo
un tercero.
Estaban acorralados, era tanto el
miedo que sentían que se acostaron en el suelo, boca abajo, esperando lo peor.
Pero el milagro de Julián aún no
había terminado. La manada de ciervos transformados en perros se acercó al niño
para protegerlo.
Los perros eran muchos, enormes y
bravíos, lo que hizo que los lobos se
asustaran y huyeran.
Todos quedaron a salvo por la bondad
de un niño.
Desde ese día nunca mas fueron a
matar animales. Los cuatro amigos siguen saliendo, pero con toda la familia.
Han aprendido a disfrutar de la naturaleza y de las cosas hermosas que tiene la
vida
Pancho
Aquino
No hay comentarios:
Publicar un comentario